10 Al que poco antes creía tocar los astros del cielo, nadie podía
ahora llevarlo por la insoportable repugnancia del hedor.
11 Así comenzó entonces, herido, a abatir su excesivo orgullo y a
llegar al verdadero conocimiento bajo el azote divino, en tensión a
cada
instante por los dolores.
12 Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, decía: «Justo es
estar sumiso a Dios y que un mortal no pretenda igualarse a la divinidad.»